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sábado, octubre 01, 2011

Crónica de un viaje no deseado (2)

Después de dos horas de tratar de no pensar, aguantando la tentación de descargar mi ira contra el de atras que decidio patearme el asiento todo el camino, por fin llegamos. Trato de llegar al frente pero no lo consigo antes que otros 20 pasajeros que bajan sus maletas de los compartimientos. Cuando logro salir, me doy cuenta que debo cambiarme, una playera de los pumas me parece casi un insulto a mi abuelo que siempre le fue a las chivas. Noto por segunda vez en el día mi incapacidad de reaccion cuando pienso que no traigo zapatos de vestir, no sé si sea importante, pero por un momento me lo parece. Al fin llego con mi tío, nos abrazamos, no sabemos bien cómo actuar, él nunca ha sido melodramático, y a mi no me parece el mejor lugar, ni la persona adecuada para derrumbarme, sé que ya tuvo que enfrentarse al llanto de mi abuela y quizá sus hermanos. Vamos a comer en lo que llega mi tía. Me empieza a platicar las circunstancias, es curioso, no sé si sirve de algo pero siempre necesitamos saber. Si murió tranquilo, si estaba acompañado. “La enfermera estuvo con él, ella me llamó” me dijo. También mencionó que ella lloraba, recuerdo que pensé, esa es una cualidad de mi abuelo, incluso convaleciente, puede ganarse el cariño de alguien durante dos meses, de forma que lloró su muerte cual si fueran amigos de mucho tiempo. Supongo que también tuvo que ver mi abuela. Pregunto por ella, es fuerte, lloró mucho, siente culpa, la entiendo perfectamente, yo siento esa misma culpa, nada de lo que puedan decirme me quita esa sensación, una vez más me aguanto el llanto. Mi pobre tío, tan ajeno a todas las cuestiones religiosas, sientiendo su propio dolor y al igual que todos furioso con el hospital en el que estaba, también lo entiendo. Entiendo sus ganas de salir corriendo y poder despedirse a su modo, y no al modo que todos quieren, me platica los planes, se velará toda la noche y después se cremará, pregunta por mi papá y yo no sé cuando llegará, no sé nada pues lo que necesitaba era estar yo. Al fin llega mi tía, me abraza tranquila lo que me sorprende pues sé que tomó la noticia muy mal, un largo viaje hasta el velatorio, paramos a que ellas coman, en realidad es muy poco lo que comemos todos, pero sabemos que la noche será larga. Por fin dejamos de retrasar el momento, entramos al velatorio, mi abuela está ahí, él está ya ahí, están rezando un rosario y yo siento como que encontré el peor momento para llegar, espero un poco, saludo a la menor de mis tías, quien rápidamente comeienza a llorar, pero es interrumpida por su hijo, “no me gusta que llores mami” y yo me pregunto si él entenderá un poco lo que sucede. Curiosamente, al estar abrazada a ella, los ojos me arden, quieren soltar todo lo que estoy aguantando, pero me reprimí d etal modo que ahora no logro llorar y eso me causa ardor en los ojos. Termina el rosario y corro a buscar a mi abuela, la abrazo dispuesta a decirle palabras de consuelo, en lugar de eso, es ella quien comienza a decirlas, no sé si son a mi, o a ella misma, sólo sé que al escucharla al fin comienzo a llorar, no quiero soltarla, no puedo, todo se vuelve real, pienso que en esa caja a mi lado descansa mi abuelo, que nunca más podré verlo. Cuando creo que no podré parar de llorar, un grito desgarrador rompe el silencio del pequeño velatorio, sobresaltandome terriblemente y a mi abuela también. Mi tía la mayor llora desconsoladamente, no puedo decir que exageradamente pues algo en mi interior me dice que es lo menos que merece mi abuelito, y sin embargo, me siento incapaz de llorar así, no puedo evitarlo, mi cerebro funciona de forma extraña, mientras corro a tratar de calmarla, me vienen a la mente recuerdos de mi madre, diciendo que en algunos funerales, la gente contrata señoras que lloran a los muertos, pienso en la canción de Chava Flores, no sé por qué pienso esas tonterías, simplemente me llegan, pero contrario a lo que pueda parecer, tiene más lógica ese comportamiento que mi negativa a desmoronarme. Por fin se calma y regreso con mi abuela. Ella me explica que no quiere que abran el ataud, le digo que necesito verlo, despedirme, quizá no tiene lógica, pero soy la única que no pudo verlo, la distancia y la esperanza de su recuperación, me mantuvieron alejada y no hay forma de que yo calme mi culpa si no me despido directamente de él. Aprovecho un segundo en que está vacío y abro el ataud, lo veo, pero no soy capaz de hablar, simplemente me despido en silencio, con el pensamiento, y empiezo a llorar, mi abuelita tiene razón, la persona que está ahí no es mi abuelito, le rasuraron la barba y le dejaron un bigote cortito, como de chaplin. Mi abuelito, con su gran barba de santa, su pancita abrazable, su sonrisa eterna, no hay nada de eso ahi. Muy pronto mi abuela llega y lo cierra de nuevo, me cuesta mucho trabajo seguir hablando a la caja, a la foto que reposa sobre él, y una vez más me llegan pensamientos absurdos. Hay tres arreglos florales grandes, mas grandes que muchos que haya visto, y sin embargo me parece que no hay suficientes flores, me pregunto por qué no pasé yo misma a comprar más. Comienzo a marearme con el exceso de pensamientos absurdos, salgo a fumarme un cigarro. Sé que nadie me necesita realmente, pero corro de un lado a otro, repartiendo abrazos, pastillas para el dolor de cabeza, agua, cualquier cosa que me mantenga ocupada. Mucho más adelante me di cuenta de qe quizá estaba llenando el vacío de mi papá, el mayor de los hijos, me siento responsable de representarlo adecuadamente, no lo sé, pero sigo paseando de un lado a otro incapaz de sentarme a llorar a mi abuelo. Algunas horas después, comienza a llegar más gente, los hermanos faltantes, los nietos, cada saludo involucra un abrazo y algunas lágrimas, mis primas y primos tienen la cara hinchada por el llanto, algunos lloran más, por momentos, me da la impresión de que alguien entre toda esa gente se desmayará. Yo sigo como ausente. Cuando mi papá llegó, tardaron bastante en el carro, y en ese momento, sentí el dolor. Quería que cruzara la calle porque necesitaba abrazarlo, cuando al fin sucedió, los 30 años que llevo a cuestas desaparecieron, me convertí en una niña indefensa en sus brazos. Pude al fin llorar como necesitaba, y sacar toda la impotencia y rabia, me di cuenta de que además de la infinita tristeza, estaba enojada como pocas veces, enojada conmigo por no estar, con los médicos que no lo cuidaron, con Dios por llevárselo cuando aun no era la hora. Y al abrazar a mi papá y a su esposa que es una segunda madre para mi. Ya no me preocupé por nadie más, dos años sin vernos y el reencuentro sucedió en estas condiciones tan tristes. Cuando al fin nos separamos, sentí todo el peso de la tristeza. Pasé mucho tiempo afuera del velatorio esa noche, incapaz de dormir, en la noche, pudo haber sido a las 8 o a las 12 no lo sé, se realizo una pequeña misa, no pude evitarlo, lloré un poco más, siempre he respetado la pasión de mi familia por la iglesia, no me considero atea si bien no soy practicante, sin embargo, las palabras del cura no me consolaban, me daban rabia y no podía evitarlo, pensar que el Dios de mi abuelito, lo juzgaría antes de dejarlo pasar, me producía una sensación muy desagradable, tal vez, sólo era la misma rabia porque los causantes de su muerte seguían aquí, sin ser juzgados por nadie.
En algún momento de la noche, salimos a buscar comida, a unas cuantas cuadras del velorio, un bar tenía la fiesta a todo lo que daba, me pareció curioso, curioso que en el resto del mundo la vida siguiera su curso, cómo es que toda esa gente no estaba con el corazón roto, cómo podía alguien reirse y bailar si mi abuelo había muerto. Se lo comenté a alguien y dijo, la vida sigue, pero en ese momento me parecía increíble que hubiera más vida que ese dolor tan inmenso que yo sentía.
A lo largo de la noche, la gente tuvo que dejar de llorar, supongo que el cuerpo tiene un límite, yo al menos lo tengo, mi cuerpo me pedía agua a gritos y por más que tomaba la sensación de cruda no se iba. Cuando todos estaban tranquilos, y algunos de mis tíos contaban anecdotas, casi todas sobre mi abuelo o problemas con la burocracia, que no dejó de hacerse presente hasta el último minuto, me descubrí pensando más insensateces, a cada minuto me parecía que saldría mi abuelo con una de sus millones de anécdotas, tenía tantas, podía contarte tantas cosas. Pero luego me daba cuenta de que ya no podría ser así, nunca más podríamos escuchar todas sus aventuras de juventud.
De repente llegó una persona no invitada, recuerdo la cara de sorpresa de muchos, de enojo de algunos. También por facebook llegaron mensajes de condolencia, de gente que no es tan bien recibida en el nucleo familiar. Pero mi abuelo siempre estaba por encima de esas cosas. Él era una persona a la que todos amaban, y su pérdida es tan importante, que algunos decidieron presentar sus respetos incluso sin saber si serían bien recibidos. Y es que él siempre fue amable y diplomático.

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