Hasta ayer no había publicado nada de su enfermedad.
No quería sentirlo real, no quería admitir que el miedo me
estaba invadiendo. Pero al final, no pude hacer otra cosa, necesitaba sacarlo
de alguna forma.
Hoy, un miembro más de mi familia gatuna ha partido a otro
lugar. Uno de los más jóvenes, el pequeño Stinky, tan sólo tenía 3 años, y viviendo conmigo aún
menos, pero en ese tiempo supo ganarse todo mi afecto.
Aún no sé qué pasó. Y probablemente no lo sabré con certeza,
son gatos de departamento, confinados a un espacio seguro donde no haya carros
peligrosos, adversarios agresivos, o espacios entre edificios que representen
mis miedos. A pesar de todo, la muerte
logró colarse.
Conocí a Stinky hace 3 años en una visita a México, una
pequeña bola de pelos, con ojos aules como el mar de Cancún, su patrón de punto
de foca (siamés) se veía extraño por las malas condiciones de su pelo, era como
esos cuyos despeinados, pero en gato, una cosa minúscula de un par de meses.
Mi mamá lo recogió en la calle, apenas un montón de pellejo
y pelo sobre una masa de huesos, visitó varios veterinarios sin éxito pues el
bichito no comía apenas y no ganaba peso ni estatura, Stinky le puso porque
olía a rayos constantemente. Aún así, se
mantenía comiendo lo mínimo y dormía acurrucado en una canastita de lo más
cursi que no sé de dónde salió.
Cuando lo revisé, noté que la peste venía de su boca, dos
semanas de antibiótico lo transformaron, creció hasta convertirse en un hermoso
gato de más de 4 kilos, que físicamente era un constante recordatorio de una de
sus predecesoras Gala, pero nunca estuvo muy seguro de su papel, y mantuvo ese
pelo despeinado, y raro que lo hacía parecer más asustado de lo que estaba.
No tenía idea de cómo jugar, o ronronear, sentía una
devoción extrema por mi madre, que a pesar de que hemos tenido gatos amorosos,
era más parecida a la que su perra (fiel
como una sombra) siente por ella. Dormía
encima de ella, literalmente, si podía acurrucarse en el espacio entre su pecho
y su cabeza lo hacía. No era muy bueno en el arte de acicalarse. En realidad,
fuera de su pequeño maullido agudo, el cual usaba para llamar con desesperación
si acaso algo lo agobiaba, y de que era un asiduo fiel del arenero, no era
mucho un gato, más bien pasaba un par de ratos con la perra que siempre adopta
las crías que llegan como propias.
Cuando me regresé a casa, Merlot fue la encargada de
devolverle un poco de ese instinto, compañeros de edad, ella lo buscaba y lo
perseguía para jugar, a veces consiguiéndolo, otras terminando enojada por la
brusquedad del minino. Pero al fin
aprendió algunas cosas de gato.
Celoso en extremo de otros gatos y del compañero de mi
madre, siempre la vigilaba.
Y hoy, ya no vamos a verlo más por aquí, y yo tengo el
corazón destrozado, por él y por mamá, que sé que ha perdido mucho más que un
gato.
Aquellos que nunca han sentido este cariño, y este dolor, no
entenderán lo que significa dejar ir a uno de tu manada.
Cada uno de mis gatos, son pequeños pedacitos de mi corazón
que caminan por ahí, dando maullidos y gestos de amor que no son explicables.
Y, cada pérdida se lleva ese pedacito con él.
Cuando ejercía, mis pacientes eran tb pequeños pedacitos de
mi dedicación y esfuerzo, de mi pasión por la carrera, cada que uno se iba, un
pedacito de ella se perdía. Y por eso un día decidí que no podía más.
Mis colegas más allá de su cariño por los animales, de su
dedicación y esfuerzo, poseen una fuerza que no podría explicarles, pero de la
cual yo carezco. El poder amar tanto su profesión, y no sentir que se les va la
vida después de un día de casos difíciles, es algo que yo nunca logré tener.
Por eso ahora permito que ellos, hagan lo que mejor saben, y
yo me limito a seguir amando a cada una de esas bolas de pelo que se atraviesan
en mi camino, algunas estacionándose en casa, otras sólo de paso. Y amaba a Stinky, aunque nunca supe si él me
quería un poquito. Era muy serio y sólo a veces me buscaba. Pero cuando lo hacía, recargaba su cabeza en
mi, y si no lo acariciaba me daba golpecitos con ella.
Y lo voy a extrañar,
pienso en que toda la dinámica de la manada cambiará con su partida, en
que mi pobre Merlot no tendrá más a su compañero de juegos, o mi mamá a su
enamorado eterno, y yo, al señor
seriedad cuyo cariño traté de ganarme a toda costa.
Adiós Stinky espero tu corta estancia por este mundo haya
sido feliz, mucho más de lo que habría sido si no te hubieras atravesado en el
camino de mamá. Aquí te vamos a extrañar siempre y ns dejas un gran vacío.
Y a ti, ese que sé que hizo todo por él, gracias, no
sólo por hoy, sino por los últimos 16
años, te quiero con el alma y te agradezco ser mi mejor mejor amigo, y ser un
gran profesionista, siempre te admiraré por ello y el corazón tamaño XL que
tienes.
Qué hermoso escribes (y sientes, claro. Si no ¿cómo?). No creas de celoso, Stinky pasó a amigo mío. Seguro te amaba a ti también que le diste tu cariño. Ánimo, que el dolor de perder un ser querido bien vale la pena (por la alegría que nos dan en vida), amar es lo que nos mantiene vivos.
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