Regresando a la realidad de la vida, esa que se te cuela por
debajo de la puerta mientras intentas ser feliz evadiéndote con la música.
A mi regreso algo a lo que no pude asistir fue al Marcha Vivas
nos queremos #24A Mx, pero me encantó ver que muchísimas mujeres sí lo
hicieron.
También me sorprendió, aterró y enojó horrible, leer los
testimonios de acoso que sufren las mujeres, normalmente desde niñas, y que a
veces aumentan con la edad, sin importar si son lindas, feas, gordas, delgadas,
femeninas, andróginas, heterosexuales, lesbianas, bi, ni nada, simplemente, por
el hecho de ser mujeres.
Y decidí unirme aunque tarde a contar la experiencia de mi
primer acoso, no estoy segura de que fuera el primero, quizá alguno de mi
infancia temprana fue borrado, pero fue el primero que recuerdo, y es que en
ese momento, no me ofendió, tendría yo no más de 11 años cuando en la calle un
tipo le gritó suegro a mi papá mientras caminábamos, como a muchas niñas en la
vida, a mí ya me urgía crecer y pensé que quería decir que ya estaba grande,
primer error, pensar que a las mujeres se nos acosa por nuestras curvas o
nuestros físicos, y no por una cuestión de poder. Ese fue el primero, pero
lamentablemente no fue el último y muchas veces he sido cuestionada por amigos,
amigas y familiares por mi forma de vestir, pues siendo honestas sí, siempre me
ha gustado vestirme femeninamente y las faldas y tacones y maquillaje, y
disfraces escandalosos, segundo error, salvo en contadas ocasiones, jamás me he
vestido para un hombre, lo hago porque me gusta lo que miro al espejo, y quizá es
parte también de esta cultura que me tiene rebasada y pienso que debo hacerlo,
pero aun así, es una cuestión de gustos personales, no de que otros lo
aprueben.
En la secundaria aprendí que si de mí vestimenta se trataba,
estaba jodida, el uniforme en primero de secundaria eran pants y sudadera azul
marino, eso no impidió que un tipo en la calle, me atacara por atrás para
plantarme un beso.
Esas son las que dan coraje por lo inseguro de las calles,
como la vez que en Guadalajara ya más grandecita, en el mercado corona mientras
paseaba con TODA mi familia un sr me metiera la mano de frente, y cuando yo,
envalentonada por no ir sola le plante un golpe, él se hiciera el ofendido y me
dijera que qué me pasaba.
O cuando apenas con 12 años, un exhibicionista se masturbara
frente a mi en los viveros y corriera cuando se lo conté al profesor del curso
de verano, evento que se repetiría alguna vez en el microbús o el metro.
O como en la fiesta de mi amiga en la que me disfracé de
Poison Ivy, un tipo me diera una nalgada y yo no dijera nada para no armar un
escándalo en su casa, y algún amigo me dijera pues que esperabas con esos
disfraces.
O como cuando siendo una miniadolescente, mi novio me dijera
que quería que le tocara el pene porque quería que creciera, o el hermano de mi
amiga intentara propasarse conmigo y cuando le dije que no, me retirara el
habla para siempre.
Está la vez de la facultad de química donde a mí y otra
amiga nos agarraron el trasero, o una vez en la que un tipo en un auto se lo
hizo a otra amiga.
De los “piropos” ni hablar, son cosa del diario, aunque confieso que en los
últimos años, he aprendido a no vestirme tan provocativamente, porque ya no
tengo ganas de pelear. Eso no ha impedido que aun con pants, algunos tipos
gritaran cosas soeces mientras pasaba.
Pero están los otros, los que no sentimos como ataque, o
minimizamos, hasta que nos damos cuenta de que en realidad hemos normalizado
tanto la violencia que las decimos y hacemos sin darnos cuenta, las que pasamos
por alto porque el miedo y la confusión no nos deja actuar.
Como cuando tu amigo abusa de tu amiga porque se emborracharon,
y aunque sabes que es un acto terrible, decides guardar silencio, no hacer más
ruido del necesario, o peor (que en este caso no fui yo) seguir siendo su
amigo, y hasta buscar justificaciones, como el que ella no tuvo cuidado.
O cuando una amiga tuya es encerrada por un chico en un
auto durante un rato sin dejarla salir,
hasta que el terror y enojo en su cara eran evidentes.
Como cuando ves una pelea entre novios y tienes miedo de
intervenir, porque no sabes si al final te irá peor a ti, o a la pobre cuando
se vuelvan a quedar solos.
Como cuando tu ex que te maltrató psicológicamente o físicamente durante años, sigue siendo ante los ojos de los demás un
buen amigo, porque el daño no se le inflingió a ellos, o peor, porque
responsabilizas a la persona que lo aguantó, fue una decisión propia.
De la misma forma que las personas que venden su cuerpo de
alguna forma son responsabilizadas, sin pensar en si el chip lo traemos insertado
desde el nacimiento, y cambiarlo es mucho más difícil de lo que parece.
Ya lo dije en otro post, me falta mucho por cambiar, yo
misma estoy inmersa en esta cadena de violencia, y es una lucha diaria interna,
por eso agradecí también los post, de los chicos que hablaron de su violencia,
de la que sin saber o quizá sin querer ver, han ejercido durante mucho tiempo,
a pesar de que yo sé, que son buenas personas. Porque sé que ellos intentan, igual que yo,
entender, cambiar, mejorar, pues esto es
como una adicción en la que un día a la vez, se va procurando ser mejor, evitar
las palabras que sabemos que son dañinas, las que nos enseñaron desde que
nacimos y las que los medios refuerzan diariamente.
Es tanta la violencia, que aún ahora, al compartirlo, me di cuenta de que hay personas con las que me avergüenza terriblemente que sepan lo que he vivido, y dudé si debía evitar compartirlo en Facebook. Así de mucho nos enseñan a sentirnos culpables.
Esto es algo a lo que le falta mucho, y si tú eres una de
esas personas intentándolo, mereces mi admiración y respeto, hasta el día en
que las personas podamos salir a la calle y sentirnos seguras, ya sea con
minifalda o pijama, ya sea siendo Mujeres, hombres, trans, o lo que nos venga
en gana, la lucha deberá seguir.
Gracias mujeres por dejarse oír, gracias a aquellos hombres,
que luchan a nuestro lado contra sí mismos y una sociedad normalizadora de la
violencia de género.
Ojalá, muchas personas más, puedan darse cuenta de que el
acoso no está bien, que debemos combatirlo, y si es necesario mil marchas más,
que tengamos el valor de hacerlo.
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